Ayer, 4 de Mayo, Sebastián Galán, voluntario y también poeta, presentó su libro de poesía Puertas Abiertas.

Y lo hizo en un escenario algo atípico. Algo atípico por el lugar: el Centro de Acogida municipal para personas sin hogar Puerta Abierta; y por los asistentes: voluntarios, editores, amigos y familiares y sobre todo residentes del centro y usuarios del Programa de Apoyo a Personas sin Hogar.

Un escenario que rápidamente se llenó de versos en el aire, los de Sebastián, recitados o declamados por él, pero también por los protagonistas que no son nombrados, los auténticos culpables de esos versos. Unos versos que, como dice Pedro Letai en el epílogo del libro, son una “batalla por agrupar los silencio de aquellos para los que el teléfono de la vida hace tiempo que dejó de sonar”.

Como suele ocurrir, todo comenzó con un recuerdo hacia los que no están. Y fue hacia Joaquín, a quien muchos no conocíamos pero que por la emoción del momento, entendimos que su ausencia era algo especial. Y es que, cuando hay lágrimas de emoción acompañando al recuerdo, entiendes que sí, que hay algo especial. Primero vino la dedicatoria:

“A Joaquín, que decidió irse antes de tiempo”

Y luego unos versos que nos dieron luz:

«Un golpe seco sobre el asfalto
y el silencio, mucho silencio.
Se fue con los bolsillos llenos
de recuerdos…»

Superada la emoción y en medio de un gran silencio dominado quizá por la imagen de Joaquín en sus memorias, Sebastián continuó leyendo. Y después vino un poema más, y otro y otro y todos aquellos versos tenían una misma inspiración: los usuarios del centro, los momentos vividos durante tantos años, la “sonrisa que siempre encuentro cuando vengo” decía Sebastián.

Y a aquellos inspiradores de versos también se les dio voz. Juan Carlos, alto y bien vestido, con acento porteño y mucha solemnidad, empezó a recitar los versos que él mismo había elegido. Versos que hablan de la noche de “Puerta Abierta”:

«Qué hacer con el tiempo,
qué hacer con la ceniza de nada…»

Pero también de la esperanza de la luz:

«Caminar es abrir las puertas cerradas
por el tiempo…»

Y después llego Marie Anne y Anabel, las dos residentes de Puerta Abierta. Emocionaba verlas ante el micro, sensibles con aquellos poemas, identificadas con los versos. Para todos ellos, no era solo cuestión de disfrutar, era volver a ser protagonistas y recuperar su nombre, era saber que habían vuelto a ocupar el pensamiento de alguien.

También hubo momento para otros, amigos que han apoyado tanto la creación de Puertas Abiertas como la labor que se realiza en el Centro: Pedro Letai, epiloguista del libro y gran amigo; Lidia Fernández, editora; Carolina, directora del Centro o Darío Perez director del Samur Social. Algunos pudieron también elegir sus propios poemas.

Este fue ese escenario algo atípico. Una presentación de un poemario, un recital de poesía en el patio de un centro acogida puede resultar así, pero allí los versos que volaban por el aire, encontraban un camino de entrada en aquellas personas. Así todo fluía solo, como los poemas y se hacía realidad lo que Anabel había elegido para recitar:

“Si alguna vez fuese capaz de entender que soy el otro de los otros, es posible que entendiese que nos existen ricos, pobres, listos o torpes, guais o macarras, es posible que mis ojos viesen por los tuyos, que mis palabras fuesen el eco de tu voz, que mi pensamiento fuese tu sentir y mi amor tu reflejo.”

“Si alguna vez fuese capaz de entender…” Y allí lo fuimos.

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